El equipo de Gustavo Quinteros se quedó con la Liga Profesional 2024 tras vencer por 2-0 a Huracán y sumó una nueva estrella: desde la primera en 1968, el bar de Álvarez Jonte y Lope de Vega, fundado en 1962, vivió todas las consagraciones de la historia velezana.
Escribe: Leandro Manganelli
En la pizzería El Fortín no pasan el partido de Vélez. Hay dos televisores modestos en el salón: ambos sintonizan noticieros deportivos que, con planos de la hinchada de fondo, relatan el evento sin poder transmitir las imágenes porque éstas pertenecen al “pack fútbol”. Faltan pocos minutos para que arranque el duelo entre Vélez y Huracán por la fecha 27 de la Liga Profesional 2024, en la que se va a definir el campeón. La calle está un tanto desértica y, a pesar de que la pizzería está ubicada en la intersección de las avenidas Álvarez Jonte y Lope de Vega -a 13 cuadras del Estadio José Amalfitani-, los fuegos artificiales y los cánticos de los locales se escuchan en la tarde de domingo.
Fundada en 1962, El Fortín, perteneciente al barrio de Monte Castro pero a metros de ser parte de Villa Luro, es un rincón de parada obligatoria en la Comuna 10. Al menos así quedó oficializado cuando declararon a la pizzería como Sitio de Interés Cultural en 2006. Si el recinto es una vitrina, ese es el primer premio que reluce: la placa de bronce otorgada por el Gobierno de la Ciudad impacta arriba de la pared que conecta a la cocina con el mostrador. De allí nacen las pizzas, las “750” que llegan a salir por fin de semana.
“Perfecto, Manolo, Andrés, Manuel, Cholo”, dicen los fileteados que decoran los vidrios del frente de la pizzería. Se trata de los cinco fundadores. “Los hermanos Manuel y Andrés Iglesia y Manuel Montaña se conocieron en España, más precisamente en Santiago de Compostela. Por su parte, Eduardo «Cholo» Bersaquia y Perfecto Purdon nacieron en el país. Ellos cinco serían los fundadores de la pizzería, pastelería y empanadas que abriría con el nombre El Fortín”, explica el sitio web del Gobierno de la Ciudad. Uno de los trabajadores que te recibe en la entrada (“¿Para comer acá o para llevar?”) no puede hablar. “Vas a tener que venir un día de semana”, dice. Y es que de eso se trata la pizzería El Fortín: la fruición de lo social; las mil y un charlas simultáneas; el chisporrotear de platos y cubiertos envueltos en sabor.
“Se me perdieron algunas imágenes, pero estoy bien”, dijo Valentín Gómez, una de las figuras del Vélez de Gustavo Quinteros, instantes después de ser campeón. Claro, a los diez minutos del segundo tiempo Ramón Wanchope Ábila le quiso pegar de media vuelta al arco de Tomás Marchiori para descontar y se encontró con la cabeza de Gómez, el pibe de 21 años que, a los pocos minutos, tuvo que salir por la conmoción. Lo hizo con un llanto que tiznaba cualquier alegría de campeonato. Y entonces, la consagración. “Hacía cosas que no eran de un jugador profesional. Hoy estoy más maduro y pienso las cosas diferentes”, reflexionó Claudio Aquino post victoria 2 a 0. Se ve que revirtió esos comportamientos “poco profesionales”: abrió la cuenta ante Huracán y marcó, así, su noveno gol en esta Liga Profesional.
Mientras Carlos Bianchi, José Luis Félix Chilavert y Julio César Falcioni miran el partido en la cancha, atentos desde la platea, seis personas observan el partido en El Fortincito, el bar que está enfrente de la tradicional pizzería. “Qué pelota que sacó el arquero”, se generaliza por las buenas intervenciones de Hernán Galíndez, el más destacado del Globo. Si Brian Romero se quedó a las puertas de ser el goleador del campeonato (terminó con 12 conquistas, una por debajo de Franco Jara, de Belgrano), Claudio Aquino fue uno de los mejores y más regulares de Vélez en la temporada. De hecho, salió ovacionado a diez minutos del final del partido y se besó el escudo. Entre él y Romero hay 21 de los 38 goles del Fortín en este torneo. Thiago Fernández (20 años, joya de “la fábrica” de Vélez) no pudo vivir la fiesta en cancha porque se había roto el ligamento cruzado anterior de su rodilla derecha hace un par de semanas.
Imagen. Uno de los dos televisores que tiene El Fortín, a instantes de que Vélez se coronara.
Como sea, este título velezano, el número 11 de liga en su historia (si se cuenta la Superfinal del 2013 que le ganó a Newell’s, en la que los campeones del Torneo Inicial y Final jugaban a partido único en cancha neutral, y ese título, que podría verse como una Supercopa, se lo validaron como liga), pareciera, se atestigua con la luna llena que se posa sobre el José Amalfitani. La pizzería El Fortín transforma su tranquilidad muy de a poco. Con los fuegos artificiales y las primeras camisetas que inflan los pechos de sus portadores orgullosos, se siente el campeonato de Vélez. Por dentro, la pizzería parece quedada en el tiempo. Es sobria pero prolija. Chica, pero con lugar para llenar muchas almas. Sobre el origen de su nombre hay distintas versiones: están las que dicen que ya había un bar llamado El Fortín antes de 1962 y las que alegan que la pizzería recibió su nombre por el club que hoy es un puño apretado, un abrazo, una mueca de felicidad.
El bar se empieza a atestar. La gente entra y sale todo el tiempo. Las ventanas que dan a la calle siempre permanecen abiertas. Entonces, el olor a pizza que arranca: la noche invita. El Fortín, inexpugnable en el sentido de la palabra, funciona como una fortaleza que, en vez de buscar que te alejes, te atrae para que entres. Parece tarde: la fila para comer en el salón ya comenzó. Parece tarde: la fila para recibir la medalla de campeón ya comenzó. Y todo ocurre en el mismo momento. Un hombre sale de El Fortín; parece satisfecho. Se limpia con las famosas servilletas que no limpian y sigue su camino. Pizzería de barrio. Pizzería de campeón.